EL FRACASO DE NUESTRA GENERACIÓN Y EL LIBRO DE FRANK NÚÑEZ
Por Aquiles Julián
El martes 23 de enero tuvo el
privilegio de presentar el libro del periodista y narrador Frank Núñez Guerrero
“Motivos para no mirar atrás”, un perspicaz ensayo político que, de
manera implícita, es una cronología del fracaso de nuestra generación en la
conducción de la nación y una advertencia sobre lo funesto de que nuestra
generación vuelva a controlar el país.
¿A qué generación me refiero? A la
que nació entre los años 1948 y 1960, 12 años, que fue arrastrada a las
distintas luchas políticas contra los gobiernos de Joaquín Balaguer, fue parte
de la guerrilla urbana, se implicó en acciones violentas y aportó una alta
cuota de sangre a la vez que produjo también sus crímenes, aplaudió el
terrorismo, justificó asaltos, secuestros y atentados, se opuso a todo lo que
era positivo para los dominicanos, desde los multifamiliares a las leyes
agrarias, desde las avenidas 27 de Febrero y la Kennedy hasta las presas, desde
la Plaza de la Cultura y la Plaza de la Salud hasta el desarrollo del turismo, y
se creía depositaria de la verdad histórica y propietaria del futuro.
Fue la generación que recibió
como un regalo inmerecido, en 1996, el derecho a gobernar el país y que lo
encabezó hasta agosto del 2020. Y es la generación que fracasó.
¿POR QUÉ EL ENSAYO
POLÍTICO NO ABUNDA EN NUESTRO PAÍS?
Frank Núñez Guerrero en su libro aporta
no solo sus puntos de vista, con enjundia y claridad, sino que también pone en
evidencia una debilidad de nuestros intelectuales: rehuir el análisis de
nuestra realidad y la toma de posición, tras el estar bien con tirios y troyanos
para medrar del presupuesto público.
Entendámonos, vocación de corcho.
En este ensayo, Frank Núñez
Guerrero expone las razones por las que, a su entender, la sociedad dominicana
no debe involucionar y merece proseguir avanzando.
Y adopta una posición práctica,
realista y de sentido común.
Lejos de quimeras idealistas y de
utopías inaplicables, de soñar con soluciones fantasiosas ajenas a las opciones
concretas que el país tiene en la actualidad, Frank se descanta por recomendar
la que entiende la mejor de las opciones de cara al presente para movernos
hacia el futuro.
Su esfuerzo es honesto, lo
sustenta y documenta, y nos propone un debate basado en argumentos, en datos y
en propuestas, sustentado en un ejercicio del criterio y la racionalidad, no en
descalificaciones, diatribas y sofismas, tan comunes de todo el alboroto
mediático que sustituye la controversia lúcida y responsable en nuestro país.
Un libro es algo que existe para quedarse,
y sobre el cual podemos opinar porque lo que ahí está escrito queda. Ese es uno
de los valores de este ensayo de Frank Núñez.
Otro es su oportunidad: entra en
la actual coyuntura del país como una clarinada y un faro que nos ilumina el
camino. Y se abre a todos para su discusión y ampliación.
Posiblemente, dada la cultura de
estar bien con Dios y con el diablo, nadie quiera discutirlo y enzarzarse en un
debate sobre él. No hay una cultura del disenso civilizado en nuestro país,
sino su opuesto: la descalificación aleve, del chisme, la diatriba a espaldas, la
calumnia y el embuste descarado. Y todo eso aprendido, mamado en la
adolescencia, como veremos más adelante.
Eso Frank lo sabe. Tiene
suficientes años de experiencia en nuestra realidad como para entender las
inevitables consecuencias de terciar con una opinión que contradice las
aspiraciones e intereses de una parte de la sociedad que aspira a ir por lo
suyo, en este caso, retornar a usufructuar y lucrar de las finanzas públicas.
NUESTRO FRACASO
COMO GENERACIÓN
Si algo tienen los adolescentes
es el sueño de que son más inteligentes y pueden tomar mejores decisiones y
lograr mejores resultados que sus padres. Ninguno entiende lo que es operar
dentro de circunstancias y restricciones, ganar sus propios medios de vida, porque
todos suelen ser mantenidos y vivir ajenos a las realidades prosaicas de la
vida, en una burbuja en que se siente que las cosas suceden de forma natural.
No hay nada natural en la vida
social, pero eso nadie lo entiende cuando alguien más es quien resuelve las
condiciones de vida de uno.
Los adolescentes de la década del
70 y la primera mitad de los 80 del siglo pasado éramos jóvenes engreídos en
nuestro “saber”, fervorosos de esa religión laica que era y sigue siendo el “marxismo-leninismo”,
porque si algo permitía ese marxismo barato que se propalaba en, barrios, liceos
y en la UASD, era hacernos pensar que razonábamos de manera “científica” y que
éramos dueños de la verdad y herederos del futuro. La Historia, con mayúscula,
nos pertenecía.
No acertamos ni una.
Hay que volver a todos los
periodicuchos de entonces, a todas las declaraciones, para comprobar nuestra
falta de juicio y de sentido. Nunca pegamos una. Todas las profecías laicas que
se postularon en declaraciones estentóreas fallaron. La realidad se movió
siempre en dirección opuesta a nuestras previsiones. Y todavía sigue siendo así
para muchos.
Esa generación, que adversó al
presidente Joaquín Balaguer con ferocidad y le endilgó todos los males y
responsabilidades (de los que, admitámoslo, en parte fue responsable por darle
continuidad a los modelos trujillistas que heredó), y que se proponía “revolucionar”
el país, nunca pudo lograr distinguirse y cumplir el rol para el que se creía
preparada cuando, en 1996, ese mismo Balaguer del que abominaban, les regaló
sin condiciones el poder.
Todavía hoy, el modelo trujillista
de gobierno, presidencialista y con una concentración de poder en el Ejecutivo
que en la práctica anula cualquier otro poder, impera en el país. Y si algo
tenemos que buscar, es que ese modelo sea superado por uno que dé paso a una
descentralización del poder y a un modelo en que ningún poder pueda someter al
otro y subordinarlo, que obligue a buscar el equilibrio y el consenso.
¿Qué hizo nuestra generación? Pues
aprovechar el modelo presidencialista para hacer lo que hicieron
tradicionalmente los presidentes en Rep. Dominicana, hacer los que les dio la
gana y despilfarrar el erario, endeudarnos, enriquecer a paniaguados y, en el
caso de los últimos gobiernos, depredar de forma escandalosa nuestras finanzas
y el país.
¿A QUÉ SE DEBIÓ
NUESTRO FRACASO COMO GENERACIÓN?
Aunque siempre un resultado tiene
un origen multifactorial, para mí el principal fue un problema de origen:
fuimos adoctrinados y fieles promotores e incondicionales creyentes, de la dictadura,
nunca de la democracia.
Nuestra generación creció en la
mentira y esa mentira sigue propagándose y defendiéndose, todavía hoy.
Así, hay muchos que hablan de los
que “cayeron luchando por la democracia” en los años 60 y 70 del siglo pasado,
cuando en realidad, todos vivieron y cayeron en aras de que en el país se
instalara una dictadura de la que ellos aspiraban ser funcionarios y líderes,
dueños de la macana, la ergástula y el paredón.
Aquí nadie se educó y preparó
para la democracia, sino para imponer por la fuerza y a cualquier precio el
poder omnímodo sobre los demás.
Esa mentalidad prevalece, teñida
de cierta conveniencia, de un barniz de tolerancia, pero nuestra cultura es una
cultura de idolatrar al tirano favorito. Stalin era nuestro paradigma y héroe.
Mao. Fidel Castro. Y la democracia siempre fue una aberración: las elecciones
eran tildadas de “mataderos electorales” y la democracia se le tildaba de “la
mal llamada democracia representativa”.
Fanáticos una parte de la
dictadura “con respaldo popular”, una versión light de la dictadura “del
proletariado”, todos profesamos el odio al debate civilizado e hicimos del aplastar
al contrario por cualquier medio, una cultura.
Cuando se manejó el Poder,
entonces se procedió, con la política de Plata o Plomo, Pagar o Matar, a
comprar y subordinar a todos y por todos los medios lícitos y, sobre todo,
ilícitos: jueces, periodistas, medios, personalidades, etc., y a comprometer y hacer
cómplices a todos, para imponer una dictadura de hecho disfrazada de Estado de
derechos. Y eso devenimos en ser.
Ese culto a la dictadura y al
hombre fuerte, la cultura del caudillismo y de la prosternación, prosigue. Y
contra esa cultura hay que reaccionar.
Lo que hace este libro de Frank
Núñez es señalarnos cómo llegamos aquí y animarnos para, desde este punto,
movernos hacia adelante.
Todavía, como generación estamos
vivos y podemos aportar al cambio, respaldando unas opciones nuevas, que
entiendan que la democracia, el debate, la existencia de minorías y el disenso,
son tan importante como el consenso, el acuerdo y la negociación, para un
ambiente respirable.
Hay que liquidar el trujillismo
del que nunca salimos mentalmente: el partido único, el jefe, el servilismo y
la actitud lacaya y cómplice.
Para eso sirve este libro por el
que debemos agradecer a Frank Núñez Guerrero el valor y la honestidad de
escribirlo y someterlo al escrutinio público.
Nuestra generación pasará con más penas y vergüenzas que glorias a la historia dominicana, por la irresponsabilidad que exhibimos, la indiferencia frente al saqueo y la depredación, cuando no la complicidad en esas prácticas y por la incapacidad para democratizar al país. Fueron los jóvenes, los millenials, los que en el 2020 hicieron la proeza de torcer los planes de profundizar la dictadura "con respaldo popular" que nos depredaba.
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